Gente, decidimos publicar este texto que uno de nuestros mas fieles lectores nos mando al mail.Juan, quién alguna vez supo participar del proyecto autogestivo de la revista, reflexiono sobre el bicentenario y nos dejo esto:
GERCHUNOFF, GOLDMAN
Y EL BICENTENARIO
El escritor ucraniano por nacimiento y argentino por sentimiento, Alberto Gerchunoff publicó en 1910 su clásico Los gauchos judíos, un libro escrito en tono autobiográfico que propone una serie de relatos y estampas a veces un tanto idílicas, a veces no tanto, basadas en las vivencias infantiles y adolescentes del autor en Colonia Rajil, población de inmigrantes judíos afincados en Entre Ríos hacia fines del siglo XIX. La exaltación del primer centenario de la Revolución de Mayo es explicitada en el comienzo de la obra cuando el autor define al Himno Nacional Argentino como cántico de los cánticos y a la revolución de 1810 como pascua de liberación, ensayando una particular simbiosis entre el patriotismo criollo y las tradiciones de sus mayores, fusión ya sugerida en el título del mismo libro.
En una de estas narraciones -¿ficción o hecho real?- que más se alejan del canto optimista a la integración de los judíos en tierra argentina, Gerchunoff nos cuenta como el matarife Rabí Abraham, colono de Rajil, es injustamente acusado de robarle un caballo al propietario de una “reducida estanzuela” llamado Brígido Cruz, hombre terco que está convencido de la culpabilidad de Rabí Abraham. El matarife debe enfrentar también el prejuicio de un anónimo jefe político de Villaguay, “amigo del ministro”, quien también lo cree culpable. El texto, precisamente llamado Historia de un caballo robado, y de cuyo argumento no daremos más precisiones porque no es nuestro propósito hacer un resumen de algo que se puede leer placenteramente, finaliza con una referencia -sin llamarlo por su nombre- al antisemitismo. Dice Gerchunoff que a partir de esta desagradable experiencia, Rabí Abraham está vislumbrando el “comienzo de un período nuevo, que trasplanta al suelo argentino el juicio eterno sobre los hebreos”. Aun así, permitiéndose el optimismo dirá también nuestro escritor: “Yo quiero creer, sin embargo, que no siempre ha de ser así, y los hijos de mis hijos podrán oír, en el segundo centenario de la República, el elogio de próceres hebreos, hecho después del católico Tedeum, bajo las bóvedas santas de la catedral...”
Ya se ha consumado el famoso Bicentenario y el sueño de Gerchunoff se ha cumplido en parte, no en la Catedral de Buenos Aires sino en la Basílica de Luján, con el Tedéum ecuménico convocado por el gobierno nacional en ocasión de los festejos. Al respecto, queremos detenernos en la oración pronunciada en aquella ocasión por el rabino Daniel Goldman, quien aludió a algunos próceres hebreos no previstos por el autor de Los gauchos... -también nombrados en la oración- tales como el propio Gerchunoff, César Tiempo -poeta también ucraniano-argentino cuyo verdadero nombre era Israel Zeitlin- y César Milstein. Así, Goldman incluyó en la oración a nuestros pueblos originarios, a los padres de la patria, a los obreros muertos en la Semana Trágica de enero de 1919 -el retrato de Hipólito Yrigoyen habrá temblado en la Galería de los Patriotas fundada en la Casa Rosada para estas mismas fechas mayas-, a los desaparecidos y los soldados de Malvinas y a las víctimas de la Embajada de Israel y de la AMIA, amén de los anónimos pobres y excluidos. En ese sentido, la oración del rabino superó con creces las expectativas ecuménicas de un Gerchunoff que tal vez esperara las menciones de Moisés, los profetas bíblicos o Rabí Hillel.
No faltarán suspicaces respecto de la actitud que hubiera seguido Gerchunoff en caso de haber vivido estos tiempos, dados los ideales socialistas que se dice, profesó en su juventud, su filiación Demócrata Progresista de la madurez y su lejanía respecto de un peronismo al cual llegó a conocer -falleció en marzo de 1950, sin llegar a vivir otro centenario ilustre: el de la muerte de José de San Martín-. ¿Habría sido nuestro autor ajeno al Tedéum del kirchnerismo y hubiera preferido presentarse en el Tedéum opositor celebrado en la catedral porteña, engalanado por la presencia de algunos defensores de los uniformados enjuiciados por crímenes de lesa humanidad durante la última dictadura? Terrible y por suerte imposible suposición que hubiera ubicado al colono de Rajil hecho escritor junto a los apologistas de los torturadores y desaparecedores que disfrutaban especialmente su trabajo cuando los atormentados eran hombres y mujeres israelitas; asesinos uniformados en fin, que continuaron y exacerbaron a fines de los ‘70 los torpes prejuicios iniciados por hombres como Brígido Cruz y el “amigo del ministro”.
Juan Pablo Angelone;
28 de mayo de 2010